jueves, 9 de diciembre de 2021

Reseña de Ternura y derrota, de Luna Miguel

La ternura se presenta como una obligación para la mujer. Consiste en un deber que sin embargo permite dominar, como si de un juego de espejos se tratase, a aquel que la pide como una exigencia inapelable. Pórtate bien quizás sea el imperativo que más se le diga a las niñas, pero también a los sumisos al interior de ciertas dinámicas sexuales. Pórtate bien puede significar déjame jugar contigo tanto como me apetezca. Nadie como Luna Miguel consigue representar esta pretendida inocencia, llamando la atención sobre un ámbito donde es necesaria la construcción (arbitraria y sin embargo quizás necesaria) de palabras de seguridad que funcionan o al menos debieran hacerlo como frenos de emergencia en prácticas del deseo. A veces sería tan sencillo como un “no”, pero hemos jugado con esa palabra hasta el punto de convertirla en algo demasiado elástico. El “no” tiene un significado alterado cuando quien está a la escucha de este mensaje es el morbo. Se abre la veda a la vulnerabilidad, a la ficción y a la puesta en cuestión, de manera que se ve necesario usar para cada caso una palabra privada que sirva como un verdadero “no”. 

La chica inocente es aquella que es tan buena que no puede conocer el daño. Son similares las heridas en las rodillas de la niña que se ha caído corriendo, jugando, a las heridas de aquella que se ha arrodillado ante el placer, para darlo, para recibirlo. La chica inocente (¿hasta qué punto se puede aclarar la edad?) no conoce el dolor, del mismo modo que no conoce el placer. No puede conocer todavía qué límite va a ser sobrepasado justo en el instante anterior a usar la palabra de seguridad. De repente el dominante quiere conocer las heridas, quiere que la mujer se exponga y muestre su sangrante fragilidad, sus lados amoratados mejores ocultos. La violencia es algo que se tapa, que se esconde, que se maquilla, que incluso se utiliza como herramienta del discurso. Es ahí cuando el MeToo, sin mala intención, se vuelve un movimiento de publicidad de la vulnerabilidad, y donde lo íntimo se pone al servicio de lo político. 

La palabra, entonces, se vuelve constitutiva de una norma, de una autoridad, de un poder que hace que el sumiso se sobreponga a un dominio que él mismo había deseado. Su pecado consistía en que había deseado ser deseado. La palabra constituye el límite, límite que por su propia definición puede y quiere ser alcanzado. El dominante retuerce; no lo suficiente para que la tensión se agote demasiado deprisa; sí lo suficiente para llegar en algún momento a escuchar la palabra que le obligue a parar. Con ello alcanza a un mismo tiempo una victoria, al haber llegado a imponer su fuerza tanto como haya sido posible, y una derrota, el punto de no retorno donde tanto placer angustiante le obliga a detenerse antes de culminar. Si consume su objeto del deseo, se acaba el juego de desear. Ése es el verdadero peligro. Por ello no se puede apretar demasiado. Por ello, transgredir estos límites paradójicamente supondría la derrota del amante, que al haber conseguido ya su objeto de deseo es incapaz de seguir deseando, situándose ahora un vacío o una interrogación donde se habría dado lugar la apetencia sin límites. ¿Y acaso no supone esto un elemento disolutor de la identidad del amante? ¿Qué soy cuando no tengo algo que perseguir? ¿Qué es un cazador sin animales vivos y raudos? En el polo opuesto, el objeto deseado, el amado, cuya personalidad y autonomía no recibe gran reconocimiento ni siquiera hoy ꟷcosa que Luna viene a subsanarꟷ, no puede tener razón de ser más allá de sí mismo, del cultivo de su propia ternura y deseabilidad. La rosa es sin por qué; la belleza debe subsistir por y para sí misma. 

Ternura y derrota es una obra íntima, representada en una cama (precisamente el lecho es un lugar común donde habita el sexo y la muerte), con carácter epistolar, y cuyo tema principal discurre acerca de la humillación, de la monstruosidad y de la vulnerabilidad. Es una obra que, poco a poco, se va asfixiando de su propio goce, de manera que cada carta es más concisa, más pequeña. El personaje de Ternura permite deshilachar lo que entendemos por deseo y por dolor, moviéndose en una escala de grises. Es el tránsito, no sabemos si de ida o de vuelta, de un dolor que gusta a un placer que duele. La violencia y la intimidad acaban siendo una misma cosa, pues no queda claro qué soy yo al margen del dolor que me ha traído hasta aquí; qué soy al margen de aquello que quiero que me destruya. Quizá esta diferencia entre violencia e intimidad se vuelva a fundar cada vez que se use la palabra de seguridad. Así, Ternura nos muestra las dos caras del deseo: una, tan fría, bruta y dolorosa como la piedra que nos amuralla (nos mantiene a salvo y sin embargo también hace de nosotras un lugar de asedio); otra, tan cálida, frágil y placentera como la flor que crece espontáneamente (nos hace dulces y deseables, y sin embargo también fácil de arrancar y pisotear).

viernes, 16 de julio de 2021

Se han apagado las luces. Todo el mundo dice que se han apagado las luces: que hay que buscar callejuelas para encerrarse fuera. No queda una ciudadela interior en la faz de la Tierra porque ayer se apagaron, por fin, todas las luces, algunas chicas disfrutan de sus primeros sueños, pero mañana no sabrán dónde ir. Hay que dejar de buscar libertad en espacios íntimos —dice la prensa— porque se han repletado de una subjetividad extraña, cuando en realidad no somos nada sin nuestras farolas. Y de repente una luz artificial que tiznaba con ámbar los caminos y generada con el robo de no sé qué recursos había sido desde siempre nuestra condición de ser. Se han quedado adormilados, se defienden diciendo que ya no se ve nada malo, que hace tiempo que no han visto sus feos reflejos, que les habría gustado perder la energía antes. Hay algunas que caminamos con torpeza, no vemos más que los demás, pero hemos decidido que desde ahora el sentido primordial ha sido siempre el tacto.

lunes, 13 de julio de 2020

Pensar es cuidar



"[...] son palabras, es lo único que hay, [...] hay que decir palabras, mientras las haya, hay que decirlas, hasta que me encuentren, hasta que me digan. extraño castigo, extraña falta, hay que seguir, [...] en el silencio no se sabe, hay que seguir, voy a seguir [...]" Samuel Beckett.

Introduzco meras palabras-para-seguir en este final de grado.

¿Han pasado cuatro años? He descubierto que el calendario es un invento para racionalizar el tiempo, para sacarle un mayor rendimiento, para fijar los meses de recolección de frutas. ¿Recoger frutos tras cuatro años? Sería una perspectiva demasiado retributiva, utilitaria, productiva y sacrificial del asunto. Pero lo cierto es que este tiempo ha sido un lapso donde se ha trenzado la producción y la reproducción de (al menos) mi identidad. "Llega a ser quien eres": una poiésis artística que ha introducido nuevas lógicas, nuevas técnicas-de-si. ¿He llegado a conocerme? ¿He alcanzado el objetivo de mi autogobierno? ¿Acaso puedo terminar la eterna pintura de mí misma o seguiré siempre añadiendo nuevos matices?

No, no he terminado. Nada ha acabado. He finalizado el grado, he aprendido de los otros y de mí, y las ideas me han usado para desarrollarse solas e intentar alcanzar un espacio supraindividual o interpersonal. Lo que he aprendido es que pensar es pensar-con-alguien, a-través-de-alguien y para-los-demás, y por tanto, pensar es cuidar, pre-ocuparse. No hemos llegado a casa, no hemos custodiado ningún hogar, no somos guardianes: hay que hacer el camino, pero, mientras se siga creando, estaremos a salvo. No prometemos llegar. Pero tratemos de generar los medios.

He tenido la fortuna de atrapar el kairós, llegar justo a tiempo y sentirme en familia en mi alma máter. Jamás podré olvidar estas experiencias, que sin duda han sembrado en mí una pluralidad de potencialidades a explotar. Quizás sólo quiero convencerme de que es demasiado pronto para llegar al final. ¡Qué bien me he sentido aquí! Deja de dar miedo el eterno retorno; de hecho, empiezas a desearlo. 

Los textos generan en mí una reacción retroactiva de amor: los leo e inmediatamente tengo que decirlos. Con el tiempo, al unirlos a otros textos o experiencias, nace la necesidad de contradecirlos, así que voy fuera de ellos. Intencionalidad. Todo texto es, necesariamente, simbólico; el texto apunta fuera de sí. De ahí el misticismo del éxtasis, de la locura. Todo texto quiere permanecer, trascender en lo inmanente, en el papel que se queda quieto mientras las letras se mueven apuntando a cosas diferentes en el tiempo. Hermenéutica: no hay texto original, solo un inabarcable proceso de citación. Esto, entre otras cosas, es algo que no habría sido posible descubrir sin la experiencia de la universidad (quizás aquí demasiado idealizada, por todos los sentimientos con los que está cargado mi pulso).

Es menester seguir. No queda otra que decir palabras mientras las haya. Me iré construyendo en las palabras, aunque en realidad esto no va de mí. Esto va de nosotros. Es un proyecto, pues mis palabras cuentan en la medida en que las lees. Y cambias con ellas. Y te alteras, te frustras, quieres romperlas, quieres borrarlas. Introducirías comentarios porque te sientes apelado. Hay un error, una errata, un salto inesp-. Y efectivamente se borran: dejas de leer, te marchas. No te preocupes, el texto también se acaba, y no obstante, aquí permanece. Quédate en esta frase. Quédate en la frase anterior. ¿Por qué te has ido? Quieres más. Una frase no convence. Dos frases no convencen. No convence ninguna. Porque, como te he dicho antes, el texto apunta fuera de sí. El texto no es sólo texto. El texto es texto y un afuera del texto, un contexto. El contexto determina y niega el texto.

Márgenes de maniobra, ¡lo que siempre he querido! El desarrollo requiere de un espacio que lo permita, que le de cabida, que permita cambiar, que permita excederse, crecerse, equivocarse, rectificar para ir a otro lado, para continuar el movimiento. La ley debe permitir la creación de leyes. La lógica no puede estar acabada. El infinito es problemático. ¿Hacia dónde tiende un texto? ¿Qué hay dentro de la caja -acaso un escarabajo...-? Pero lo más importante: ¿qué hay fuera de la caja? ¿Cómo saltar fuera de la caja? ¿Qué es ese afuera? ¿Qué relación guarda el texto con el presente, el pasado y el...?

Os dije que esto no iba de mí, que mis problemas con el texto se independizan de la autoría. 

Cuatro años de texto y de experiencias. Cuatro años que seguirán construyendo a pesar de que se me hayan escapado de las manos, a pesar de que el tiempo se me haya escurrido como arena entre los dedos. Prometo que no habrá silencio.

viernes, 19 de junio de 2020

Agradecimientos: ecos de un trabajo de fin de grado



Hoy he recibido la calificación de mi trabajo de fin de grado, y necesitaba un lugar donde plasmar ciertas emociones. Sobre todo porque un TFG no son treinta páginas (quizás un numeral mayor) y una calificación, o no sólo, sino que detrás de ello hay un todo: una trayectoria de prueba y error, de esfuerzo, dedicación, ilusión y ganas, que pese a ser indelebles son incapaces de quedar grabadas en la sepultada y negra letra que reposa sobre el frío y lánguido blanco de las páginas. Detrás de todo ello hay emociones, preguntas, lecturas, intuiciones y pensamientos que seguirán moviéndose. Seguramente bajo el velo que conforma la trabazón de mis palabras también haya cuestiones que resurgirán con los años. Es un trabajo que propiamente no tiene punto final; un escrito donde en realidad, aunque no se vean, hay más puntos suspensivos y exclamaciones que un lenguaje formal enunciativo. Yo apenas he entregado una escueta formulación académica de algo que está bastante más vivo.

Y creo que toda escritura que se precie así tiene que tomarse, como pro-visional: un paréntesis, una huella, una marca para seguir pensando después, para saber volver sobre nuestros pasos y no perdernos en el bosque. La letra es poco más que el soporte de un después que se asoma, que puede llegar en cualquier momento para cambiar lo supuesto.

Dadas las condiciones excepcionales, no ha habido una ceremonia final, por lo que podríamos pensar que ha sido un trámite burocratizado, de un carácter más societario que comunitario. Un TFG laico, demasiado laico. No os preocupéis, tendremos más ocasiones para sentir los nervios y exponerse al tribunal.

Pero las apariencias engañan, dado que en mi escritura siempre resuena el eco de las conversaciones en la cafetería, allá por el primer semestre, con mis compañeros y amigos Javier H., Jorge M., Irene G.-O., Ruth G. y tantos otros que me dejo sin nombrar... Resuenan también dos importantes nombres sin los cuales sería imposible que mi trabajo tuviera sentido. Me refiero de manera palmaria a mi tutor Valerio R. (de quien tanto he aprendido y de quien tanto me queda por aprender, y no sólo en lo que a contenido puramente teórico se refiere) y a mi profesor Eduardo Z. (que me ha acompañado con tutorías y con el Seminario-Bourdieu; y junto a quien he logrado entender nuevos enfoques de lo que significa la filosofía misma). También han estado presentes Jorge R., Iván d. l. R., Carmen M., David S., Jorge P. d. T., José Emilio E. y Roberto N., de quienes espero continúen añadiendo matices y colores (sean claros u oscuros), completando -o quizás haciendo saltar por los aires- algunas piezas de este puzzle que es mi recorrido vital-académico. Y, ya sea en presencia o ausencia, también han resonado Lapicero Blanco, a quienes tanto admiro en lo intelectual, y quienes (me atrevería a decir) han dado el pistoletazo de salida.

Gracias a los nombrados y a los que en general me habéis acompañado en este inacabable proceso, porque juntos conformáis la red de ideas sobre la cual yo solamente me deslizo y descanso. Como es natural: ¡queda tanto por decir...!


- Carmen M. Peinado, 19 de junio de 2020

domingo, 24 de mayo de 2020

Apagando el equipo

Hoy he tenido una de las experiencias más asombrosas,
y no estabas

Al final va a ser verdad
lo que decías de que no hacías falta

B I g  D a Ta :

Sobrecarga de imágenes, escápate...
¡Nos hemos perdido tantas cosas raras!

—log in, log out,
So long goodbye

sábado, 23 de mayo de 2020

Me he puesto la ropa que me decías que te gustaba
sólo porque me decías que te gustaba.
Ya no me puedo ver igual.


"Solo tú puedes venir a verme
incluso la noche en que el mar está mudo"

miércoles, 29 de abril de 2020

No ha hecho ruido,
no ha saltado una astilla.

No resuena,
ni tartamudea su voz en el eco,
pero no porque sea sordo,
no porque esté hueco;
la razón es simple,
no quiere hacerse notar.

Le gusta ocultarse,
pero precisamente por eso, está.

Sabe dónde permanezco,
porque estoy en todas partes.
Allí y acá, donde habito
no estoy esperándole,
ni le he puesto una vela,
y para mí eso es todo lo que cuenta.


domingo, 19 de enero de 2020

2020-enero

Aunque sé que es mentira
estoy en lo más profundo convencida
de que de haber sabido qué es el fuego
no habrías prendido la mecha;
de haber sabido qué es quemar
no habrías echado todo a arder...

...tan despacio.
Como el que no acepta
la propia capacidad de destrucción.
¿Quién, qué absoluto cínico
lo tomaría como una oportunidad?

No hubo instantes para la eternidad.
No los hubo, no los pudo haber.
El recuerdo (de aquellas violentas caricias)
no me constituye, pero es de mi propiedad.
Mi único objetivo con ello
es no renunciar a la violencia,
(pacífica, silente, ajena, casi inocente)
para permanecer en la cordura.

Hoy y ayer,
conmovida por tu ignorancia,
por tu habilidad para vivir en la inopia,
he preferido mentirme de nuevo: aceptar
que no sabías cómo me sentía;
porque de lo contrario
no habría explicación para tanto dolor
(nunca la ha habido),
y los terrenos de la argumentación caerían,
y yo con ellos, en la demencia.

"No hay otra explicación posible",
ahí tienes mi dádiva.

Reseña de Ternura y derrota, de Luna Miguel

La ternura se presenta como una obligación para la mujer. Consiste en un deber que sin embargo permite dominar, como si de un juego de espej...